Vivimos en una
sociedad global, expansiva, plural, con siete mil millones de seres humanos de
los cuáles, muchos de ellos, tienen cámaras y aparatos que captan imágenes. Al
igual que otras actividades, la fotografía se ha popularizado. O mejor dicho;
lo que se ha popularizado es la captura de imágenes y la visualización de
dichas imágenes casi de cualquier manera.
Hace pocos
fines de semana, en mi ciudad, una de las marcas punteras en equipos
fotográficos, organizó algo así como una quedada para adeptos a ésta marca
comercial y, por extensión, a todos los aficionados a la fotografía. Acudieron
cientos y cientos de personas (dicen que dos mil seiscientos), portando sus cámaras fotográficas la mayoría
de ellas de la misma marca que la del sponsor y se dedicaron a… tomar imágenes.
De qué?. Pues los organizadores también pensaron en ello: todos juntos a tal
hora de la noche en tal sitio para fotografiar el río y al día siguiente, todo
juntos, a tal hora de la mañana, en el puente para fotografiar a unas modelos
ataviadas -¿cómo no?- con prendas típicas del folklore popular de mi tierra.
¿Qué podemos esperar de las
fotografías de esos cientos y cientos de tarjetas de memoria de cámaras
fotográficas cuyos objetivos están todos mirando hacia el mismo sitio, dándose
la misma situación, la misma luz, disparando desde ángulos muy análogos y con
la misma intención?
Desde pequeño, una de las cosas
que más me fascina de la fotografía, es que me permite expresar sentimientos,
sensaciones, circunstancias… desde un prisma absolutamente personal, propio,
individual. La fotografía deja de ser “unaria” (1) cuando somos capaces de
dotarla de algo que ninguna otra fotografía tiene en sí misma o puede despertar
en los demás, cuando aporta ese “punctum” del que también habla Roland Barthes
en “La Cámara Lúcida”.
Y es desde esa mirada y desde aquello que despierta en el observador, cuando se
puede comenzar a hablar de FOTOGRAFÍA, en mayúsculas, separándose del resto de
millones de imágenes, haciendo esa dicotomía gramatical y conceptual entre
imagen y fotografía. Podría añadir, además, que para terminar de completar los
atributos de una fotografía, habría que “soportarla” sobre algo que no fuera
una pantalla de dispositivos retroiluminados, es decir… pasarla a algún formato
no electrónico. Me encanta ver una caja de galletas repleta de fotografías, en
papel fotográfico, de revelado químico (recuerdo ahora la canción de Manolo
García “… enséñame las fotos que guardas en tu caja de galletas…”) y me aburre
soberanamente los “pases” ante el televisor de las imágenes del viaje de novios
en Tailandia de los amigos que te invitan a cenar. Y si lo acompañan con la
música de “Titanic”, entonces temo acabar bostezando.
¿Hacia dónde camina la fotografía?
¿Hacia qué perverso lugar repleto de miles de almas haciendo todas lo mismo,
dependiendo siempre de poseer el último aparatejo electrónico que –hábilmente-
las marcas comerciales no dejan de lanzar como primicias y de los que nos
intentan crear la necesidad de poseerlos. Ahora, al menos, con esto de la
crisis, la “fotografía contemporánea” (la otra cara de la misma moneda de la
comercialización) nos está dando un
respiro. Ya no se montan exposiciones de fotografías gigantescas de campos
yermos o de caballos bizcos asustados desenfocados y, lo que es más saludable;
nadie intenta convencerte de que son obras de arte, de que es lo que se vende,
lo que ahora compran los nuevos entendidos de arte y las galerías más afamadas
y lo que deberíamos hacer nosotros sin más dilación: contratar los servicios de
un “asesor artístico” y dejarte guiar por su experiencia. Cosa curiosa es que
nunca he visto fotografías hechas por éstas personas que tanto saben
–aparentemente- de lo que venden.
La popularización de la
fotografía digital está llevando a un número inmenso de personas que se inician
en ésta actividad a donde el mercantilismo quiere: hacia lo multitudinario y
hacia lo comercial. Es decir, exactamente a lugares opuestos donde pienso deben
estar los “artistas” (ojo que pongo
la palabra –y el concepto- artista
entre comillas) (2). Cada día más me tropiezo en la red con esas “qdd” para ir
todos a fotografiar lo mismo. Cada día más me tropiezo en la red y dentro de su
inmensa información con datos de características técnicas de un equipo que se
diferencia de otro en cualquier pijotada electrónica remodelada. Y la gente
traga. Y compra, Y queda. Y vuelve a comprar. Y qué obtiene? ¿Ratos de
compañía? ¿Experiencias teleobjetivas a 12.600 ISO?
En cualquier caso, si no te ves
identificado con ese prototipo de fotógrafo al que me refiero, enhorabuena, tal
vez tengas algo que mostrar que ninguno hayamos hecho o hayamos visto. Y tal
vez, ese algo no sea ningún super HDR reventado, pero de un sensacionalismo tan
irreal como increíble. Y si eres de los de “qdds” y últimos modelos de
cacharros “electrógenos” y con ello te sientes bien, pues perfecto, no hay
ningún problema, disfruta. Realmente de eso se trata, de hacer cada cuál lo que
piense que debe hacer, lo que le llene, lo que le satisfaga. Eso sí, nadie
puede evitar mi cara de impresión al ver en las crónicas de los diarios de mi
ciudad, el día después, no sólo una piña de cientos de fotógrafos apuntar hacia
Carmen, la modelo de la mirada perdida retratada en la misma pose por dos mil
seiscientos fotógrafos a la vez y desde el mismo ángulo, sino también la
coletilla publicitaria que te viene a decir más o menos que si no tienes el
último modelo de la cámara tal eres un pardillo.
No obstante, que los cruceros estén
llenos de pasajeros y que aquella mañana el puente de mi ciudad estuviese
cortado, tomado por un montón de gentes, son circunstancias previsibles y por
tanto se puede contar con ellas. Y eso es bueno. Uno puede saber, en todo
momento, donde está la multitud.
Luego, en casa, cuando revisas el
trabajo fotográfico de un día cualquiera, sabes perfectamente si es posible que
de esa fotografía tan magnífica que has captado, pueda haber o no multitud de similares
disparadas por tus amigos de la quedada y que estaban a no más de tres metros
de ti.
A todos los que comienzan y a los
que no, me atrevo a daros no un consejo, sino una reflexión: Acierta en
soledad, equivócate en soledad, experimenta en soledad…. Es más aburrido, pero
aprenderás a fotografiar con eso que llaman “tu propio estilo”.
(1) “Unaria”.
Del libro “La cámara lúcida” de Roland Barthes. Se refiere al autor a la
fotografía sencilla, repetida, que no aporta nada nuevo, nada especial, nada
que conmueva.
(2) “Artista”.
Una vez escuché una reflexión sobre el concepto de artista. Decía así: “El que
crea con las manos es un artesano. El que crea con las manos y con el cerebro,
es un artífice. El que crea con las manos, con el cerebro y con el corazón, es
un artista”.
2 comentarios:
Ramón Trecet (dialogos 3) decía algo así como que el artesano reproduce cosas ya existentes, mientras que el artista CREA. Se refería principalmente al ámbito musoical, pero creo que es aplicable.
Buen texto Quique !
El artesano reproduce, el artista crea.... qué buen y sabio resumen, sí señor.
Gracias !
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