jueves, 25 de octubre de 2012

La importancia de la no presencia


Cuando me enfrento (no refiriéndome a una acción violenta, sino a la simple complejidad de colocarme literalmente frente a frente) a atardeceres de esos que embellecen el alma aún cuando ésta esté sobradamente encallecida, lo hago siempre con una actitud algo ansiosa... sé que algo se me está escapando. Sé que existen matices que no estoy observando. Sé que mi mirada está siendo imcompleta. Y sé que debo permanecer tranquilo, casi sin respirar, si quiero que ello no ocurra.

Tal vez por eso, cuando dispongo de alguna cámara de fotografiar coincidiendo con algún inmenso atarceder, mis disparos casi siempre pretenden captar aquéllo que intuyo que mi mirada no puede retener.  Entonces fotografío instintivamente a baja velocidad, barriendo la escena de un lado a otro, como escudriñando con unos primáticos la búsqueda de algo realmente pequeño y huidizo... Y de alguna manera la imagen que capturo es, a la vez, mucho más simple y despojada de matices que aquello real que existe delante de mis ojos, pero al mismo tiempo, compleja, sumamente compleja, desnuda de detalles pero contenedora de secretos incompresibles. Tan compleja como los propios atardeceres. Compleja porque posee la amalgama de todos los colores y, sobre todo, de todas las sombras de la noche que aún no ha llegado.

En un pasaje de "El elogio de la sombra", Junichirö Tanizaki escribe: 

"Nuestro pensamiento, en definitiva, procede analógicamente: creo que lo bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de claroscuros producidos por la yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la sombra".





1 comentario:

Unknown dijo...

Muchísimo mejor con esta maravilla de texto Quique. Valió la pena clicar en el enlace a tu blog !